La Mozuela de la perla

Un relato muy serio y un poco filosófico de Guillermina Royo-Villanova

En realidad la mozuela tuvo dos perlas. Ella era feliz con sus dos perlas, si llega a tener tres perlas se hubiera comprado otra oreja.

«La Mozuela de la perla» de Johannes Vermeer.

Dicho esto, no pierdan atención ni pierdan nada que luego es un lío devolvérselo. Questa historia casi real que aquí relatamos es muy diferente a la novela «La joven de la perla», de Tracy Chevalier, que es una señora que tiene la mala costumbre de inventarse las cosas.

Como os iba contando, las perlas eran dos y no pertenecían a la mujer de Vermeer, autor del afamado cuadro, y mucho menos pertenecían a Vermeer como todos habíais pensado.

La Mozuela había heredado los pendientes de su bisabuela «Concha Botticella» que allá en el Renacimiento regentaba una casa de apuestas.

Todo Florencia acudía a jugarse los cuartos al quiosco «Neoplatónico», que así se llamaba. La apuesta más afamada era «El nacimiento de Venus». El juego consistía en lo que vendría a ser un «rasca y gana» en el que siempre se ganaba algo. El azar en sí consistía en comprar una vieira y esperar -tomando cañas-, a que la concha se abriera. Por aquél entonces las grandes reuniones de sabios discernían en torno a una vieira y una cerveza. Así, beodos y entretenidos aguardaban a descubrir qué había en el interior del molusco.

La única norma del Neoplatónico era consumir algún bebercio mientras esperabas. Había colas para comprar aquellas vieiras y colas para conseguir mesa y nos ser multado por beber en la vía pública que debía de ser privada.

Al abrirse el ostrón, lo normal era encontrar el suculento molusco -donde todo son partes blandas-. En tal caso, la bisabuela Concha que era muy metafórica, las cocinaba allí mismo a la plancha.

El nacimiento de Venus de Sandro Botticelli. Un cuadro que ha envejecido bastante bien con el tiempo. Acrílico sobre lienzo. G.R-V

Las mozas más feuchas de Florencia -que se quedaban para vestir santos-, esperaban el premio más cotizado: «El nacimiento de Venus» que era una diosa con nombre de monte.

Solían estar enfurruñadas porque a ellas lo que les gustaba era desvestir santos, no vestirlos.

Y allí pasaban horas sentadas colocándose el corsé y empolvándose la nariz en espera de su premio. Sedientas de lujuria deseaban vehementemente que surgiera Afrodita de su vieira mientras se acariciaban la Venus de su orondo monte como el que toca una joroba.

Llegado el caso de ser sonreídas -o derribadas-, por la ciega y borracha «Fortuna», Venus, la propia diosa del amor les garantizaría una vida plena de amor carnal y perversiones libidinosas.

No era frecuente que tocara el premio de «La Venus», por lo que estas mesas de solteritas, ávidas de amor, se terminaron convirtiendo en «meriendas de negros», que es algo que ahora no existe. Y es que en aquellos tiempos lo negro era negro y lo blanco era blanco.

Por otro lado, los que ya tenían amor y algo que echarse al gaznate, es decir, los medio tiesos, ambicionaban el premio de la perla. En general al personal le gusta mucho las riquezas aunque es bien sabido que el dinero afea mucho a algunos.

Fue en aquella época cuando comenzaron los negocios de estraperlo. Cuentan, así entre nosotros, que una tal Gabina cambió a su octavo marido, Marco Aurelio, por un puñado de perlas falsas. Con lo auténtico que era Marco Aurelio.

Fueron muchas las perlas que se repartieron en aquel quiosco y muchas las que se extraviaron en aquellas mesas gracias a las cervezas.

El grupo más animado de aquellas reuniones era el de los «Platónicos». Unos disfrutones que gozaban de una vida virtuosa, guiada por la razón, la moderación y el conocimiento. Y es que aunque no lo crean, la verdadera felicidad no es la de los tontos. Incluso algún tonto lo es tanto que no llega ni a ser feliz.

Los Platónicos acudían cada medio día a comer vieiras y beber cerveza; de esta manera sentían que el día estaba medio lleno. Si a uno de ellos le tocaba «La Venus», volvía a cerrar la vieira como el que en una boda se quita del medio cuando lanzan el ramo.

-No está fresca, a ver si me voy a intoxicar…- espetaban disimulando. Y es que la señora Fortuna suele hacer pagar muy caro aquello que creemos que nos ha sido regalado. Huelga decir que «Las Venus», no hacían efecto de reventa ; aunque las solteronas, si con alguien podían ligar era con los platónicos que aseguraban buscar la belleza en el alma. En fin, todos sabían que los tíos sólo decían esas cosas para ligar. Ya por aquel entonces alguno aseguró ser feminista. Recordemos que eran tiempos en los que a los del lenguaje inclusivo aún se les ahorcaba en la plaza del pueblo.

Los Platónicos como buscaban un equilibrio entre lo apolíneo y lo dionisiaco(1) -términos que aún no se habían inventado-, solían querer fardar de haberlo conseguido y para demostrarlo, cada vez que alguno de ellos era premiado con una perla se apresuraba a dejarla de propina.

-¡Boooteeee! ¡Boooteeee!- gritaba Concha mientras azotaba el badajo de una campanilla, creo. Bien, aquél bote estaba lleno de perlas y dos de ellas fueron las heredadas por nuestra mozuela.

Ahora se preguntarán ¿Y por qué La Mozuela sólo enseña una perla en el cuadro? ¿Tal vez para que la íntima mirada que dirige al espectador no compita con el brillo de dos perlas? ¿Quizá para distraer con un punto focal y que no le miremos la papada? Cualquier teoría artística en torno a la composición, el contraste, el brillo de la perla y la técnica son, como siempre, meras elucubraciones. He aquí lo que realmente aconteció:

Cuando Vermeer comenzó el retrato, La Mozuela posaba de frente con sus dos perlas y sus dos perlas. Fueron tantas las horas que tuvo que figurar del tirón que asediada por el hambre ingirió uno de los pendientes. Vermeer se enfadó un poco porque tuvo que cambiar la postura de la joven y comenzar de nuevo el cuadro.

Como todos sospechábamos hubo tensión entre La Mozuela y el pintor, pero en ningún caso fue sexual.

-Debería al menos quitarse ese trapo de la cabeza y soltarse usted un poco la melena- sugirió Vermeer.

-Imposible porque vengo de la peluquería «Te tomo el pelo».

-La ocasión la pintan calva.

-Si se `pone graciosillo le hago un «Claro de Luna»-, respondió la mozuela haciendo un amago de enseñarle las posaderas.

-Tengo un disgusto muy gordo y otro disgusto menos gordo-, se quejaba el pintor mientras su mirada viajaba del trasero de La Mozuela al lienzo y del lienzo a La Mozuela.

-A mi no me ofende pero se va usted a marear-, respondió La Mozuela mientras rumiaba su perla.

-Me ataca usted a los nervios.

-No soy yo. Es el «turbante» que le turba.

-Mire, no me gusta dar consejos pero sería mejor que no hable si quiere salir bien en el retrato.

-¡Uy! Qué cosas, todo el que da consejos resulta que no le gusta darlos.

-El consejo dado a un necio es como perlas arrojadas al muladar.

-No somos nada.

-Sobretodo usted.

-Por seguro que si sigo su consejo a usted le irá mucho mejor.

-Sólo quiero que el mundo la vea como yo la veo.

-Sólo si usted se ve como le veo yo-, respondió la mozuela acercándole sus propias gafas.

-Con sus gafas la veré como usted «no me ve».

-A mi qué me cuenta. Ha empezado usted.

Así, por fin mareado y a pesar de los disgustos y las discusiones, Vermeer se apresuró en terminar el retrato. Atemorizado por si la oronda modelo osaba comerse la segunda perla, el pintor dio aquella misma tarde el último brochazo entregando el retrato a su mecenas para que le diera tiempo a cenárselo.

Por su parte, La Mozuela consiguió matar el hambre y sobre todo, inventó el balón gástrico.

Guillermina Royo-Villanova y su alter ego Madame Bobarín

(1) Apolíneo y dionisiaco. La idea de esta dualidad molaba y existía desde la mitología griega pero para ajustarlo a los tiempos fue Friedrich Nietzsche quién les puso nombre.

Aclaraciones: Esta mozuela si era mozuela, no como la de Lorca, y jamás se la hubieran llevado al río más que al huerto a navegar. Gracias.

About Post Author

grvpatrimoniocultural

Guillermina Royo-Villanova (1975) Escritora y pintora. Combate la farsa y el encorsetamiento utilizando el humor como herramienta subversiva; en su discurso cuestiona lo establecido -no como invitación a la inconsciencia sino para ser consciente de otra manera-. Como continuidad a este género de vida sus poemas tratan la vida en toda la extensión de su salvaje belleza y ve en la catástrofe un motivo de conquista, sintiendo en la adversidad un motor suficiente. Como activista cultural organiza eventos culturales e imparte cursos y conferencias. Ha colaborado en La Razón (Arte), El Mundo, Yo Dona, El Cotidiano, Culturamas, Entretanto Magazine, El Imparcial, Tarántula Cultura, Pegando la Hebra y El Estado mental Radio.

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